Ogenus, el Caballero Ahogado

OgenusEn el subsector Kalex se encuentra el mundo salvaje de Charias, un raro ejemplo de punto vital de un sistema planetario. Su superficie está cubierta en su mayor parte por océanos y la tierra visible consiste en una serie de micro-continentes que bordea su ecuador con cientos de volcanes activos que forman el denominado Cinturón Génesis. Charias tiene una forma más achatada en sus polos de lo habitual para un planeta, cosa que puede percibirse a simple vista desde el espacio. Se desconoce si las sorprendentes cualidades de su flora y fauna tienen algo que ver con este hecho, pero lo que es indiscutible es que se trata de una pieza vital para el suministro de aire de los mundos vecinos.

Los continentes de Charias consisten en su mayoría en densas junglas impracticables para la mayoría de formas de vida no indígenas. No existen xenos inteligentes, pero sí criaturas arborícolas terriblemente agresivas y territoriales. Lo realmente excepcional de este planeta reside en su flora y su vida marina. La vida vegetal de Charias tiene un metabolismo hiperacelerado y procesa las nubes volcánicas a un ritmo vertiginoso. El mismo efecto tiene lugar en las algas y las formas de vida microscópicas que pueblan sus océanos, lo cual da al planeta el nombre no oficial por el que se le conoce: el pulmón Kalex.

Debido precisamente al acelerado ciclo vital de su flora, las construcciones artificiales tienen poca durabilidad. Las raíces horadan cimientos y las enredaderas socavan y debilitan los muros de rococemento como si las estructuras acusaran miles de años de descuido en semanas. Esto añadido a la actividad sísmica que constantemente tiene lugar en el Cinturón Génesis hace que la tierra visible de Charias sea inviable para instalar asentamientos sin un profundo proceso de terraformación, lo cual ha sido prohibido.

La actividad humana en Charias se limita a una estación espacial orbital y a dos flotas navales instaladas en los polos del planeta. Los gigantescos barcos almacenan aire directamente de la atmósfera en contenedores que luego son enviados a la estación, desde donde se distribuye a los cargueros que se encargan de transportarlo a todos los mundos vecinos para abastecer sus cúpulas y ciudades-colmena. Una flota-guarnición custodia permanentemente el espacio alrededor de Charias y todo el subsector tiene un protocolo de emergencia para acudir si es necesario a defender el preciado pulmón de todos sus mundos.

Cuando la flota del kaudillo Muzkuloyerro llegó a Kalex emergiendo inesperadamente de la disformidad, la tierra verde alrededor del planeta le resultó irresistible, pues el orko pensó que allí los suyos podrían proliferar hasta tener los chikoz necesarios para organizar todo un Waaagh!. Sin otro motivo, los piedroz orkos cayeron en las zonas Beta y Delta del Cinturón Génesis. Muchos cayeron al océano, perdidos para siempre, pero también muchos llegaron a tierra firme y las precarias naves de desembarco transportaron sus máquinas de guerra y los materiales para edificar sus fuertes. La reacción del subsector tardó mucho menos de lo normal en producirse, pero el planeta era demasiado valioso para bombardeos orbitales, de modo que se movilizó a las flotas navales polares y se procedió a desembarcar en los sub-continentes vecinos a la cabeza de playa orka para evitar que se extendieran por toda la superficie.

El cercano mundo caballero de Tybernas fue el primero en acudir. Su atmósfera completamente contaminada e irrespirable era mantenida fuera de sus ciudades-colmena mediante cúpulas de energía, y sus ciudadanos dependían de los envíos de aire de Charias para sobrevivir. No fue extraño que el alto rey Johanse movilizara a toda la casa Mikkon de caballeros imperiales, dejando atrás sólo a su guardián de la puerta y sus vasallos para defender su mundo. Johanse, un líder carismático y más cercano al pueblo de Tybernas de lo que suelen ser los caballeros, confiaba en detener la invasión orka en el mismo Charias.

La casa Mikkon se dividió en lanzas que desembarcaron en apoyo de las fuerzas de defensa planetaria alrededor de las zonas ocupadas por los pielesverdes mientras la flota espacial se organizaba para hacer frente a las naves orkas. En las islas selváticas de Charias, los caballeros imperiales resultaron ser oponentes formidables. Los orkos utilizaban los antiguos y gigantescos puentes que conectaban los continentes para extenderse, así como una plétora de embarcaciones y fortalezas flotantes que ya empezaba a zarpar de sus astilleros improvisados. Los experimentados marinos de Charias no tenían rival en aquellas moles blindadas, pero su flota aérea transportada en navíos porta-aviones se enzarzó en un combate aéreo con las aeronaves orkas, superiores en número, cuyo resultado parecía incierto. Para desequilibrar la balanza las tropas de tierra debían internarse en los territorios ocupados y desmantelar sus campamentos aéreos y sus astilleros antes de que provocasen un daño irreparable al ecosistema planetario.

Vestigios de una era olvidada en la que el hombre intentó colonizar Charias, los puentes entre las macroislas eran gigantescas plataformas de dos calles que temblaban peligrosamente a cada seísmo del Cinturón Génesis y varios de ellos eran ya impracticables. No obstante, se necesitaba una fuerza de choque pesada para abrir brecha en el territorio orko y los únicos guerreros capaces de hacerlo eran los caballeros de la casa Mikkon. El propio Johanse, acompañado por su corte de eminentes, avanzó por el puente principal entre los continentes Alfa y Beta. El alto rey, su guardia real y uno de sus barones avanzaban por una de las calles mientras que otros dos barones caminaban a su lado por la otra, con cada paso haciendo temblar el agrietado suelo de plastiacero y rococemento. Varios caballeros clase Cruzado fueron movilizados en la flota naval, convirtiendo simples barcos de transporte en verdaderas plataformas de artillería flotantes. Si bien los caballeros no estaban habituados a combatir desde la cubierta de un barco, la pericia de los pilotos charianos supuso una enorme ventaja sobre los fáciles blancos que ofrecían los navíos orkos. De este modo y sin apoyo naval, los orkos retrocedieron por el puente ante el imparable empuje de la casa Mikkon, seguida de cerca por las fuerzas de defensa planetaria charianas.

OgenusFue entonces cuando Muzkuloyerro se dio cuenta de que el combate sobre el agua estaba costándole la guerra. El superior número de su fuerza aérea estaba enfrascado en combates contra las aeronaves humanas, transportadas y abastecidas por sus barcos, de modo que envió a sus aviones de reserva a atacar a las fuerzas que amenazaban con asaltar su territorio.

A apenas unos kilómetros de su objetivo, con la costa orka ya bien visible, la lanza de Johanse fue atacada por ezkuadrones de aviones orkos. Los cañones antiaéreos Ícaro de los barones iluminaron el cielo con proyectiles trazadores, pero los aviones orkos eran demasiado numerosos para mantenerlos a raya. Las fuerzas de defensa planetaria sufrieron lo peor de los primeros envites, pues el intenso fuego de akribilladorez pezadoz que rebotaba inocuamente en la piel blindada de los caballeros causó estragos en la estrecha columna de infantería y transportes ligeros. Arengando a los soldados con toda la fuerza de sus vococomunicadores, Johanse les instó a seguir adelante, pues aquel ataque era un signo de la desesperación orka que les hacía abandonar el combate aéreo en un intento de detener su asalto. Convencidos del miedo que causaba a los orkos su avance, los soldados gritaron al unísono y siguieron a los caballeros a paso ligero, con los vehículos situados a los lados de la columna como protección.

Johanse tuvo el privilegio en ser el primero de su casa en abrir fuego contra las posiciones orkas. Su cañón de batalla de disparo rápido trazó una cadena de explosiones en el astillero-cuartel que los orkos habían construido cerca de la entrada del puente. Haciendo gala de una tremenda pericia, su guardia real unió el bombardeo de su módulo lanzamisiles Tormenta de Hierro al ataque de su señor mientras su cañón gatling Vengador y su ametralladora pesada despejaban el último tramo del puente de presencia orka. Al ir en primera línea, la armadura de Johanse recibió el grueso del fuego proveniente de las fortificaciones orkas hasta tal punto que su escudo iónico falló y los proyectiles de artillería impactaron directamente contra él. Johanse quedó momentáneamente cegado cuando un impacto directo en su yelmo dañó sus visores, e inmediatamente una explosión hizo saltar el blindaje de su pierna derecha. Su guardia real lo aferró entonces del hombro con su puño atronador y tiró de él para interponerse en los disparos orkos, resguardando a su señor tras la cobertura de su propio cuerpo mientras devolvía el fuego.

La fatalidad quiso que un bombardero orko soltara una bomba sobre el guardia real en ese mismo momento con lo que, al intercambiarse éste por el alto rey, lo que hizo fue poner a su señor directamente bajo el punto de impacto. La parte superior del caparazón de Johanse explotó violentamente, aplastando la cabina de mando, matándole al instante y provocando la explosión del reactor de su armadura. La onda de choque resultante destruyó aquella sección del puente, haciendo caer al guardia real y al barón al agua en una avalancha de rococemento fragmentado. Los dos barones restantes quedaron consternados ante aquella escena, en pie sobre la única calle que quedaba en ese punto del puente. Envalentonados con la desaparición de tres de los gigantes de metal, los orkos se lanzaron al contraataque brindando a los barones la oportunidad de tomarse venganza, pero Muzkuloyerro ya había aprestado a sus mejores chikoz para plantar cara a aquella amenaza. Un convoy de karroz de guerra abrió la marcha orka con una multitud de noblez armados con garras de kombate y manojos de explosivos atados a bordo.

El guardia real cayó con agónica lentitud, arrastrado hacia el fondo oceánico por su propio peso entre escombros de su mismo tamaño. Completamente consciente vio ante él a su compañero de lanza, el barón Philberg, cayendo lánguido con el yelmo y la parte frontal del torso despedazados y la compuerta de acceso a la cabina de mando deformada y emitiendo un constante chorro de burbujas. No tenía manera de saber si Philberg se había ahogado, si ya estaba muerto cuando ambos cayeron al agua o si seguía con vida pero, al caer en el blando fondo arenoso en una nube de partículas como humo, el caballero se apresuró a moverse para auxiliar a su camarada. Con el agua ofreciendo una feroz resistencia a sus movimientos, sus pasos eran lentos y pesados pese a todo el esfuerzo de sus músculos mecánicos. Los restos de rococemento caían junto a él como meteoritos mientras no dejaba de mirar a su alrededor buscando también a Johanse. Desde apenas unos metros tuvo que ver cómo la armadura de Philberg era aplastada bajo una sección de puente, justo antes de que un impacto en su hombrera le desequilibrara y le hiciera caer, descubriendo por las malas lo poco fiable que eran sus estabilizadores en un medio acuático. Fue solo entonces, mientras se levantaba con esfuerzo envuelto en una nube de arena en suspensión que apenas le permitía ver, cuando se dio cuenta de que su vocomunicador seguía en funcionamiento. Oyendo a los barones Laraki y Mishenn fue como descubrió que su acción había hecho caer a Johanse bajo una bomba. En su mente, no había afrenta peor que un caballero, un guardia real, pudiera cometer. No sólo había fallado en su deber; había hecho aniquilar a su propio rey.

Los caballeros que quedaban sobre el puente habían seguido avanzando pero se habían enzarzado en combate con una turba de orkos cuyas armas estaban destrozando sus blindajes pedazo a pedazo. La casa Mikkon había visto muchas veces cómo las tropas imperiales se quedaban atrás y dejaban que combatiera en solitario. Pero Johanse había hecho algo más que guiarles a lo largo de kilómetros de puente desvencijado sobre un mar plagado de depredadores, y más que alentarles cuando los ataques aéreos amenazaron con romper su espíritu; les había inspirado e insuflado valor con sus palabras, y su muerte había provocado un irrefrenable sentimiento de ira. Los oficiales organizaron a sus tropas instalando una barricada con armas pesadas tras el agujero del puente que empezaría a hacer llover un torrente de proyectiles de bólter pesado y cañón automático sobre la marea orka, mientras que pelotón tras pelotón la infantería ligera se lanzaba a la carga en auxilio de los caballeros. Los noblez orkos y meganoblez habían lisiado al barón Laraki cercenándole una pierna; Mishenn logró deshacerse de los pielesverdes que intentaban trepar por su cintura y aplastó a tantos como pudo a pisotones, haciéndolos retroceder por un instante. Fue entonces cuando se sorprendió de ver a los guardias imperiales adelantándole a la carrera por ambos lados e incluso por debajo de él, lanzándose al combate con las bayonetas caladas. Todo el que podía pasaba la mano por el blindaje de sus piernas o por el pendón de la casa Mikkon antes de acometer disparando a quemarropa.

OgenusDurante eternos minutos los orkos se agolparon a la entrada del puente defendido apenas unos centenares de metros más allá por dos caballeros, sólo uno de los cuales seguía en condiciones de combatir, y por la insistente columna de infantería del Astra Militarum. Convertido en la primera y última línea de defensa, el barón Mishenn había agotado ya la munición de sus ametralladoras pesadas y sólo disparaba su cañón de batalla contra las fortificaciones más allá del puente por temor a dañar su ya debilitada estructura. El cuello de botella que formaba la entrada del puente le ofrecía un blanco perfecto contra la muchedumbre orka, pero constantemente tenía que zafarse de los pielesverdes que empujaban a las filas de la guardia imperial que le utilizaban tanto a él como al derribado Laraki como bastiones. Entonces, sin previo aviso, el guardia real de la casa Mikkon emergió en la playa controlada por los pielesverdes a sólo unos pasos del puente. Tras caminar todo el trecho hasta la costa por el fondo marino con su sentimiento de culpa mezclado con los comunicados de clave crítica de los barones, el caballero salió del océano con el agua cayendo en cascada por sus cuatro costados y haciendo chisporrotear su escudo iónico. Sin dudar un instante, cerró su puño atronador sobre un karro de guerra que se había situado en posición de bombardeo y lo levantó en el aire, arrojándolo sobre la entrada del puente para cortar el flujo de orkos. Ninguno de los presentes supo decidir qué resultó más ensordecedor, si la constante e ininterrumpida ráfaga de su cañón gatling Vengador cercenando a la muchedumbre orka, o su desgarrado grito de pura rabia. Gracias a la intervención del guardia real, Mishenn pudo avanzar expulsando a los enemigos que quedaban sobre el puente y aplastando los restos de karro para permitir que la guardia imperial al fin pusiera pie en Beta.

Pese a su terrible coste, el asalto de Johanse y su corte de eminentes no fue el peor parado. Otras lanzas de caballeros que habían atacado simultáneamente desde otros puentes habían caído al mar tras quedar los puentes destruidos, con un coste de miles de vidas de la guardia imperial que les acompañaba. El combate marítimo, no obstante, había decidido la guerra a favor del hombre y los Cruzados que auxiliaron a la flota imperial se habían convertido en hábiles artilleros navales. La campaña culminó meses después con el exterminio del último orko. Se procedió a incendiar los micro-continentes que los orkos habían ocupado para reducir a cero la probabilidad de que algunos pudieran permanecer escondidos, y a derrumbar las minas que habían abierto. A consecuencia de ello, los sabios planetarios determinaron que la capacidad de Charias para abastecer de aire a los mundos cercanos disminuiría durante las décadas, quizá siglos, que la vivaz vegetación tardara en repoblar el terreno desolado. Un precio pequeño, ya que la alternativa era que los orkos hubieran utilizado el planeta como cabeza de puente para una invasión a todo el sistema.

El guardia real de la casa Mikkon sufrió sólo daños menores en su armadura durante toda la campaña, fruto de sus innegables habilidades de combate, pero su mente había quedado devastada. Tras el estudio de los registros tanto de los barones como de la guardia imperial, se decretó que aquel caballero no era culpable de la muerte de su alto rey y no había fallado en su deber, pues era imposible que previera el punto de impacto del bombardeo mientras intentaba poner a Johanse a cubierto del duro castigo que estaba recibiendo a manos de la artillería orka. Todos le ensalzaron por no darse por vencido y por la penosa travesía subacuática que llevó a cabo para seguir adelante con la misión de su casa, que terminó por desequilibrar el punto muerto en que se encontraban las fuerzas imperiales a la entrada de aquel puente. No obstante, un caballero de la casa Mikkon nunca le perdonaría por su fracaso, el más severo e inmisericorde juez a que un verdadero caballero podía enfrentarse: él mismo.

Cuando los caballeros imperiales se prepararon para volver a Tybernas, el guardia real no les acompañaría. Los mismos barones supervivientes que habían combatido a su lado en aquel puente maldito hicieron cuanto pudieron por hacerle ver el error que cometía al juzgarse a sí mismo tan severamente, pero fue en vano. Pese a que nadie habría podido proteger a Johanse de todos los ataques de que era objetivo, el guardia real entendía aquello como su deber y su fracaso sólo admitía un veredicto. Convertido en desarraigado, hizo repintar su armadura con los colores azulados de los mares de Charias y embarcó junto con la guardia imperial y un séquito de sacristanes y técnicos que le mantuvieran en condiciones de seguir sirviendo al Imperio, pero no en Tybernas.

OgenusFuese cual fuese su nombre, a partir de aquel momento se haría llamar Ogenus, pero su leyenda le haría más célebre de lo que él habría querido. Aquellos guardias imperiales que habían luchado con él hablaron de su sacrifico y su honor, de cómo volvió de un abismo para redimirse ante un señor al que nunca había fallado y de cómo su ira cayó sobre el enemigo como la voluntad del mismo Emperador. Su determinación e imparable arrojo le había valido un sobrenombre antes de que aquella guerra hubiera terminado. Allá donde Ogenus combatiera, el que hubiera oído hablar de sus gestas le conocería como El Caballero Ahogado.

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